Calbuco.
El Padre Juan cuenta:
El día 22 de mayo del año 1940 partí de Yerbas Buenas para tomar
en Linares el tren hacia Puerto Montt que debía pasar alrededor de la medianoche.
Junto con el Padre Cristián Verheugd que me acompaño hasta Linares, quedamos una
gran parte del día en la casa de las Hermanas
de La Providencia, donde se encontraba enfermo el Padre Guillermo Smits.
Anteriormente él
había llegado desde el Norte para
ir conmigo a Calbuco, pero se enfermó en Colbún. Por lo tanto no podía acompañarme
en el viaje al Sur.
El tren debía pasar a las once y media pero llegó con una
hora atrasado. En la estación se
encontraban solo el P, Cristián, un funcionario del ferrocarril y mi persona que fuí el único pasajero que
abordó el tren. Mientras que el tren se puso en movimiento, el conductor me adelantó por el pasillo central del coche-dormitorio y
me indicó mi asiento previamente
reservado.
En camino a Calbuco. ¿Dónde se ubica Calbuco? Yo había
preguntado a alguna gente de Yerbas
Buenas si conocían a Calbuco y
dónde se ubicaba. Nadie había pasado
jamás por allí y no se sabía donde se ubicaba exactamente. Alguien contó
que eran muy hermosos los paisajes del
Sur. Otros sabían que allí llovía mucho y que uno pasaba mucho frío. El domingo siguiente yo iba a ser
párroco en un lugar desconocido. .
Cuando amaneció estuvimos en la cercanía de Temuco. El tren
siguió su ruta durante todo el día y alrededor de las nueve horas, cuando otra
vez cayó la noche, hicimos la entrada a la estación de Puerto Montt. Me habían
informado que Calbuco se ubicara más allá de Puerto Montt, incluso de que era
una isla de modo que era indispensable
que tuviera que pasar la noche en la ciudad. Desde Yerbas Buenas había enviado un telegrama al convento de los Jesuitas de Puerto Montt
con la petición de poder alojar donde ellos. Esperé que alguien de ellos
estuviera en la estación para acogerme,
pero no había nadie. Había un joven que se ofreció para llevar mi maleta. El
sabía donde se ubicaba el convento. Salimos de la estación y recorrimos varias calles. “Aquí
viven los padres,” dijo el joven indicando una puerta. Toqué el timbre y en un
rato más se abrió la puerta. Desde adentro un hombre me miró con un aire
investigador y me preguntó, quién era yo. Cuando me había dado a conocer, me
dejó entrar y fue a avisar al superior de la casa. El telegrama no había
llegado de manera que no sabían de que yo iba a llegar, pero no era un inconveniente
para ellos de poder pernoctar donde ellos.
Fue un jueves en la tarde y la primera oportunidad que se
ofreció para continuar hacía Calbuco era
en la mañana del domingo. Utilicé los días siguientes para conocer algo de Puerto Montt. Eran días
con tiempo oscuro y de lluvia. Los jesuitas casi todos eran chilenos con solo un
español, un argentino y un hermano
alemán. Uno de los padres me acompañaba
algunas veces en mis paseos. Fue él que me llevó hasta la casa del obispo, que se
encontraba sin embargo en Roma por razones de la separación de la diócesis de
Ancud, cuyo obispo era hasta este momento. Él iba a regresar recién un par de semanas más adelante.
Sobre Calbuco no sabía más que el hecho de que yo iba ir por
allá. El párroco de la iglesia de Puerto Montt, que debía ser convertida en
iglesia catedral, había sido nombrado ya secretario de la nueva diócesis. Fuimos
a verlo, pero tampoco pudo informarme mucho. Todo era diócesis de Ancud por
entonces.
Ya que no había visto de Chile algo más que Yerbas Buenas y
Colbún, pensé que Calbuco era también un pueblito chico como ellas con algunas casas
grises y una costa marítima húmeda. Esta idea de humedad me llegó a la mente
porque durante aquellos días junto con los Jesuitas, casi todo el tiempo se
estaba lloviznando. Consulté a los
Jesuitas si hubiera hospedaje en
Calbuco. “Pues esto habrá en todas partes” fue la respuesta, “de esto se preocupa la gente”. El día sábado
por casualidad vino de visita un
sacerdote que conocía bien Calbuco.
Provenía de esta región y aparentemente estaba contento al ver a un
sacerdote que estaba por ir por allí. Hablaba muy favorablemente sobre Calbuco
y dijo que sin duda yo iba a estar muy a mi gusto allí, pues allá vivía mucha
gente buena. Tiempo después supe que aquel sacerdote se llamaba Francisco Ávila y provenía de Tabón.
El día sábado supe que existía una conexión telefónica con
Calbuco. Ya avanzada la tarde llamé al
párroco de Calbuco. Cuando me había dado a conocer, me dio una respuesta de buen humor. Me dijo
que como no había oído nada hasta el momento tenía el temor de que el nuevo párroco
no estuviera presente todavía en el día de la transmisión de la parroquia. Me dijo que de todas maneras debiera tomar el
barco en la mañana siguiente. Inmediatamente a mi llegada
a Calbuco debía celebrar la misa durante
la cual iba a ser instalado como párroco. El secretario de la diócesis Ancud, a
cargo de la ceremonia ya estaba presente.
En la mañana del domingo me puse en camino mediante un bus
al puerto donde partió el barco a las ocho. Después de una navegación de más o menos dos horas y media llegamos a
Calbuco. Todavía estaba oscuro y llovioso. Cuando desde el barco eché un primer
vistazo al lugar me quedé con una impresión favorable; realmente superó mis
expectativas. Calbuco era más grande que Yerbas Buenas y parecía ser una
pequeña ciudad.
Abajo en la muelle estuvo de pie un grupo de gente mirando. Estaba
pensando que ellos serían los habitantes
de la isla, que vinieran a ver quiénes y
qué cosas trajera el barco, como era costumbre en la estación de Yerbas Buenas,
cuando en la tarde llegaba el tren de Linares. Me llamó la atención que no eran
campesinos vestidos con ropa sencilla,
sino gente bien vestida que había llegado para acoger a su nuevo párroco. Estuvo
presente el párroco, el secretario de la diócesis y el alcalde junto con mucha gente.
Después de habernos saludado efusamente, nos movimos, como en procesión, al
templo y un par de minutos más tarde me
encontré junto al altar para la santa misa, durante la cual fui instalado como
párroco.
A nuestra llegada Calbuco aún era una isla. Recién mucho
tiempo después se construyó el dique (terraplén) que hace la conexión con el
continente. El pueblo contaba con más o
menos 1200 habitantes. Aparte de ellos
teníamos a nuestro cargo pastoral a 8.000 personas más que vivían repartidos en
otras islas y el continente del territorio que correspondía a la parroquia.
En el año 1940 aún no estaba terminada la construcción de un nuevo templo y
la casa parroquial. Un par de años antes se había iniciado la construcción de la iglesia
después de que el templo anterior se quemó en el año 1938. El dinero
disponible solo alcanzaba para costear la obra gruesa.
La verdad es que por fuera
parecía que la iglesia estaba terminada, pero por dentro faltaba mucho por
hacer todavía. A pesar de todo esto, en la mañana de mi llegada el interior del
templo me dio una sensación agradable. Pensé que por lo menos esto tenía el
aspecto de un templo verdadero. En mi mente hice una comparación con el
edificio bajo y pobre que era el templo de que estaba acostumbrado en Yerbas
Buenas.
Tal como todas las casas de aquella época en el sur, también
la iglesia estaba construida de madera desde el piso de loza hasta el caballete
del techo. A dentro uno veía todavía las vigas cuadradas, labradas con hacha,
que formaban los pilares y la armadura. Las paredes consistían de tejuelas. El
piso ya estaba terminado pero hacia arriba se observaba las planchas de zinc
que formaron el techo. Faltaba mucho por
hacer. De vez en cuando, cuando había
dinero continuaban los trabajos.
El día lunes en la mañana después de mi llegada eché un
vistazo dentro de la iglesia. Un maestro estaba colocando una parte del cielo
en una de las naves laterales. El dinero para comprar los materiales debía ser
reunido por los habitantes de Calbuco. Se juntaba el dinero mediante acciones
caritativas, rifas y colectas y otras actividades. El trabajo avanzaba
lentamente puesto que el dinero siempre era demasiado poco para hacer mucho. No
existía ningún proyecto para la construcción en su totalidad y lo que ya estaba
terminado solo tenía que ver con el exterior del templo.
En el año 1945 otra vez se hizo una colecta. Esta vez a una manera
más masiva y resultó bastante exitosa. Anteriormente yo mismo había diseñado un proyecto de arquitectura, lo que fue aprobado por el obispo. Una vez conseguida
una suma de 18.000 pesos (según el valor de aquel tiempo) comenzó el trabajo. El proyecto estaba en
coherencia con el estilo del ábside que parcialmente estuvo terminado. El
trabajo contaba con el interés de toda la población. Cuatro maestros trabajaron
por más o menos un año en la
construcción. Todos los gastos, materiales y sueldos sumaban un total de
entre 80 y 90 mil pesos, que en su
totalidad fueron reunidos por los habitantes de Calbuco.
Antes que empezó trabajo al templo, primero se convirtió la
residencia de los sacerdotes en una vivienda más apropiada. Esta casa
anteriormente había quedado ubicada en otro lugar de Calbuco. Cuando el dueño
se fue a otra parte donó su casa a la
parroquia para servir de casa
parroquial. Para este fin la casa tuvo
que ser demolida, desplazada y reconstruida.
Era una casa de madera y de dos pisos. Cuando
llegamos los padres a Calbuco una parte
de casa, tanto en el primer piso como en el segundo, estuvo subdividida en piezas de cierta altura sin terminar. La
verdad es que todas aún eran espacios como bodegas. Algunas paredes estaban cubiertas
con papel de color plomo, otras con
papel de diario. La mayor parte de las paredes divisorias eran nada más que tablas sin cepillar. La otra
parte de la casa estaba totalmente sin cerrar. Abajo aparecía un suelo húmedo,
ya que aún faltaba el piso y arriba se veía entre las vigas el zinc del techo.
Desde el comienzo se ha gastado mucho
dinero en acomodar la casa. Pero a pesar de todos los esfuerzos de hacer algo
bueno, siempre ha quedado una casa vieja
con mucho espacio pero poco confortable.
Calbuco propiamente dicho era en una ciudad dividida en dos
partes algo separadas entre si: El Centro y La Vega. La parroquia se ubicaba
entre las dos pero acercada al centro. El centro fue la parte más importante.
Alí se encontraban los negocios, las oficinas de la administración civil (Calbuco
era comuna y sede principal del departamento) escuelas, cuartel de bomberos,
etc. Algunas partes de calle dieron el aspecto de una ciudad, a pesar de que
faltaba toda pavimentación. La Vega era
más bien una prolongación que se estableció en años más tarde alrededor de la
bahía natural que prácticamente se había convertido en puerto pesquero.
El origen de Calbuco se produjo en los primeros años después
de 1600 cuando fue fundado por un pequeño grupo de españoles que se habían fugado de Osorno, que fue asaltado
y destruido por los indios. Los comienzos de
Calbuco hay que localizar en la
punta noroeste “La Picuta”, donde los españoles construyeron una pequeña y
primitiva fortaleza. Calbuco con el tiempo se convirtió en un punto central de
toda la región.
Todas las calles eran vías de tierra del mismo suelo. Cuando
nosotros estuvimos allí por varios años ya,
recién se construyeron en los lugares más importantes veredas peatonales
de cemento. Puesto que casi no había tráfico (los únicos vehículos fueron a
veces un carrete de bueyes y el coche de un eje tirado por caballo del
comerciante de vinos que tenía su bodega
frente a la casa parroquial), los caminos estaban bastante duros y en buen estado y quedaban y limpios, ya que
la lluvia frecuente continuamente
arrojaba la basura de la calle al mar.
Había una generadora eléctrica perteneciente a una empresa
particular. En la tarde había corriente desde el crepúsculo hasta la
medianoche. En tiempos posteriores, a
causa de desperfectos se produjeron períodos largos en que faltaba totalmente la luz eléctrica. Cuando
esto pasaba teníamos que ayudarnos de una vela u otra fuente de luz que
sirviera para dar un poco
de luz en nuestras habitaciones. En los inviernos siempre tuvimos que ayudarnos
de una vela, tanto en la iglesia como en la casa. En todas las casas de Calbuco
pasaba lo mismo y estuvimos tan acostumbrados que ya no nos llamaba la atención. Tampoco contábamos con agua
potable de cañería. En la parte
posterior de la casa disponíamos de un pozo de agua..
A fines de enero de 1943 en una tarde de domingo con tiempo soleado y sin lluvia, mientras que la mayoría de la
gente se dedicaba a dar un paseo por los campos o la playa, todo el centro de
Calbuco se destruyó completamente por un incendio foras. . Fueron 126 las casas
destruidas. Los pozos de agua existentes en varias partes que debían
proporcionar el agua a los bomberos, estaban secos a causa de la sequía
correspondiente al verano Con pena en el alma tuvimos que ver como el fuego se
extendía con las llamas saltando de una casa a la otra. El incendio tuvo su origen en el centro
del casco urbano y se extendía a todas las direcciones. El incendio se inició alrededor
de las 4 en la tarde y a las diez y media de la noche todo Calbuco resultó ser
una planicie desolada y cubierta de una capa de ceniza negra y con planchas de zinc retorcidas de los techos.
El fuego tres veces se acercaba a la
iglesia. La gente decía; San Miguel, el
patrón de la parroquia no permitirá que la iglesia se queme también.
Cuando en la noche el incendio se había terminado, ya que debido
al frescor de la tarde el fuego perdía
fuerza para saltar a otras casas, el templo quedó en pie e intacta. “San
Miguel procuró que la iglesia se salvó”,
dijo la gente. Este incendio ha sido el acontecimiento
más catastrófico en la historia de Calbuco. En las semanas posteriores en medio del suelo chamuscado y los pedazos de
fierros y escombros resurgieron pequeños
cobertizos. Los habitantes de las casas quemadas y los muchos comerciantes
empezaron a levantar algo. Después de un año en diferentes partes habían sido
levantadas ya, otra vez, varias casas y
negocios hermosos y recién hechos. Fue entonces que en una noche nuevamente se
estalló un incendio que otra vez redujo
todo en cenizas. Nuevamente comenzó la
reconstrucción y poco a poco el centro se
extendió hasta lo que es ahora. Siempre el fuego ha sido un flagelo para
Calbuco y no hay nada, de que la gente tiene tanto temor, hasta el día de hoy
Calbuco era una isla a la cual con dificultad se podía
llegar tanto desde Puerto Montt como desde Ancud. Tres veces en la semana un pequeño barco de
vapor pasaba por allí que mantenía un servicio fijo entre ambos localidades. Además
pasaban otros dos barcos que mantuvieron un servicio entre Puerto Montt y
Aysén, lugar que se ubica mucho más al sur. Pero ambos tenían un servicio muy
irregular, de manera que fueron de poco utilidad
para Calbuco. Posteriormente se redujo el servicio entre Puerto Montt a Ancud a
solo dos viajes. Para cada viaje a Puerto Montt se necesitaba cuatro días. Era
un progreso enorme cuando algunas lanchas a motor empezaron un servicio de
viajes marítimos desde Calbuco mismo. En adelante se podía hacer un viaje de
ida y vuelta en un solo día.
No existía ninguna conexión por tierra. La verdad es que no
existían caminos en toda la parroquia. Tampoco había vehículos de ningún tipo. Todo
desplazamiento se hacía a pie, a caballo y en bote a remos. Por tierra había
que pasar por praderas, chacras y matorrales. Donde era posible uno se movía
por la playa, lo que no era posible con
mar alto (La diferencia entre flujo y reflujo del mar en Calbuco es del rango
entre tres y medio y siete metros) Durante los meses de verano el movilizarse
sobre tierra era algo más cómodo, puesto que en aquella época había menos barro.
A pesar de esto, en aquellas semanas de
verano, uno volvía a casa con bastantes manchas de lodo. En los años 1955 -1956
se hizo realidad un camino por tierra entre Calbuco y Puerto Montt. En el año 1940
ya se había comenzado a construir un balseo entre el continente y la isla. El
camino corría por unos 20 km hacia el norte hasta donde en la actualidad se
ubica la Capilla de La Campana. Este
pedazo de camino nos sirvió mucho para ir a algunas capillas. Al mismo tiempo se
había comenzado a construir un camino desde Puerto Montt. Los trabajos quedaron paralizados por muchos años. Una vez
terminado el camino, el ir a Puerto Montt se hizo más fácil, puesto que poco a
poco empezaron a aparecer servicios de buses de movilización
colectiva. Esto obviamente redujo drásticamente
el transporte de personas por barco. Una
lancha a motor necesitaba tres horas y medio para el viaje a Puerto
Montt, un vapor dos horas y medio y
un bus solo dos horas. La distancia en tierra sumaba
57 KM.
Para el trabajo de la parroquia sin embargo estos medios de
transporte no aportaban mucha utilidad, ya que todos los sectores y todas las capillas
se ubicaron más al sur o quedaron demasiado lejos de los caminos. Muchas
capillas habían sido construidas
precisamente junto a las playas, ya que es evidente que en aquel tiempo la
mejor posibilidad de llegar a ellas era a través del mar. Durante los últimos
10 años las tierras del interior de la región quedaron más accesibles y ahora muchas capillas ubicadas en el continente
pueden ser visitadas con uso del auto. (Trad. Gaspar)