CAMBIO DE VIDA RELIGIOSA POR LA PASTORAL
Vida Religiosa Comunitaria de los
MSF hasta 1938.
El P. Juan van
Bergenhenegouwen relata:
En el tiempo en que llegamos a Chile, en el año 1938, en las comunidades
neerlandesas de la Congregación se vivía la vida religiosa como en un monasterio.
Hasta en los últimos detalles fueron observadas las reglas e indicaciones
fijadas. Las comunidades de Kaatsheuvel
(seminario menor), Grave (sede de superioridad), Oudenbosch (escolasticado),
Goirle (procura misional) y Nieuwkerk (noviciado) eran comunidades numerosas en las cuales se vivía
según una agenda, o horario diario, que era de importancia vital. Las actividades
de la congregación casi todas estaban centradas en las propias casas. Prácticamente
no había actividades fuera de la casa que significarían un supuesto “peligro” para
el funcionar normal del programa diario.
Cuando nos
embarcamos fijamos para nuestro viaje también una especie de agenda diaria. Muy
temprano en la mañana, antes que el salón del barco fuera preparado para el
desayuno, celebramos la santa misa en aquel lugar. En aquel tiempo esta celebración
era una actividad muy normal entre los misioneros que iban en camino a su campo
de misiones. La Pastoral Portuaria proporcionaba una maleta con accesorios para
la misa a bordo de los barcos, en el caso que los misioneros mismos no la
trajeran. Dentro de los cánones de la teología moral figuraron algunos capítulos
dedicados a normas de proceder en cuanto a jurisdicción y autorizaciones
necesarias mientras que ellos estuvieran a bordo. Cada día dos de nosotros
celebraban la santa misa a la cual todos asistieron, de manera que a todos les
tocó su turno a su debido tiempo. Durante el día cumplimos puntualmente con los
demás ejercicios religiosos, para lo cual nos retiramos a un salón del barco.
También reservamos cada día en nuestra agenda un par de horas para estudiar
español, dado que nadie de nosotros estaba experimentado en esto.
Dado que el
viaje marítimo era una experiencia tan nueva para cada uno de nosotros, no es de
extrañar, que la agenda diaria a veces sufrió algún naufragio. De todas maneras, tratamos de cumplir con ella
correctamente.
En la barca todavía
sumamos siete personas. Sin embargo, cuando llegamos a Chile nos dividimos en
dos grupos: los de Yerbas Buenas y los de Taltal. Una vez llegados a Yerbas Buenas
fijamos un horario diario, tal como se practicaba en las casas de Holanda. A las seis de mañana se tocaba la campanilla
para levantarse. Dentro del templo, en grupo, rezamos la oración de la mañana.
A continuación, siguió la meditación y a las siete se comenzó la celebración de
la primera misa y a las ocho y media la segunda. Antes de cada misa se tocaba
la campana del templo, y en cada misa había algunos asistentes. A continuación,
durante el día, practicamos los ejercicios de rúbrica. Después del almuerzo nos
dirigimos al templo rezando el salmo del Miserere en acción de gracias. Y
cuando caía la tarde nos dedicamos en grupo a la lectura espiritual. Puesto que
en muchas parroquias chilenas existía la costumbre de rezar el rosario en la
tarde en el templo, lo hacíamos en conjunto con las personas presentes; después
de algunos rezos complementarios dimos la bendición con el Santísimo. En Yerbas
Buenas fue posible tal proceder sin entrar en conflicto con otras actividades
pastorales. Fueron pocas las personas que llegaban a la oficina parroquial y
menos aún en las horas de la tarde o noche.
En Yerbas
Buenas solo disponíamos de luz eléctrica a partir del atardecer hasta la media noche.
En la mañana no había corriente de luz. Cuando en el invierno la luz del sol
tardaba de llegar, teníamos que hacer uso de velas. Las encendimos al levantarnos y las llevamos
hasta el templo y las pegamos con gotas de cera de la vela, encima del banco
para tener luz para poder leer. Todo parecía al tiempo de los ermitaños, puesto
que, en todas partes, tanto dentro de la iglesia como afuera reinaba una
oscuridad completa.
Con la
primera visitación general en el año 1943 me encontré en Calbuco. El Padre General insistió con énfasis en la
observancia estricta de la agenda del día. Esta consistía en levantarse a un
cuarto para las seis, seguido por ir al templo para la oración de la mañana, la
meditación y la santa misa. Un poco más tarde se celebraba la segunda misa.
También en este lugar todo esto lo hacíamos con la luz mística de una vela
encendida, especialmente durante los meses de invierno (que en el Sur eran más
largas que en Yerbas Buenas). Antes de todas las comidas y ejercicios se debía
tocar la campanilla igual como en las comunidades numerosas. Aquel que le tocó
visitar una capilla y debía quedarse una o más noches, tenía que llevarse un
despertador para levantarse en la maña a la hora determinada a fin de llevar
adelante los ejercicios espirituales. Y todo esto mientras que el padre debía
esperar antes de comenzar con la misa hasta que llegaran los feligreses,
alrededor de las diez y media de la mañana. Nunca la misa terminaba antes de
las doce horas. A veces se demoraba
hasta la una de la tarde, cuando en aquel tiempo no estaba permitido ni
siquiera tomar agua antes de celebrar la misa…
La
experiencia de 40 años nos enseñó, que una agenda detallada que determina horas
y lugares, donde se deben estar corporalmente juntos para practicar determinados
ejercicios espirituales, en realidad, difícilmente se puede llevar a cabo, si uno
vive y trabaja dentro de un grupo pequeño. Lo tratamos de hacerlo, lo
intentamos de nuevo después de un periodo de relajación, lo adaptamos a las
condiciones de vivienda y de trabajo, pero siempre fracasaba, tanto cuando los
nuevos intentos partieran del grupo mismo, como cuando fueron estimulados desde
la superioridad. No fue producto de indiferencia frente a la vida comunitaria,
sino una exigencia del trabajo apostólico.
La vida religiosa
interior y personal siempre y en todas partes es posible y necesario, pero es
imposible, dentro del apostolado, mantener una vida comunitaria tipo monástico de
todos los días. El trabajo pastoral, que obviamente se lleva a cabo fuera
de la casa y una vida religiosa que supone un estar juntos físicamente, con
preferencia dentro de la casa, resultan incompatibles. El hecho de
que seriamente se han hecho esfuerzos en este terreno, y que, por otra parte,
se ha trabajado y están trabajando fuertemente con mucha perseverancia en la
pastoral, es una señal de la presencia de un fondo de vida religiosa profunda.
Si se han perdido algunas de estas prácticas, queda en pie la re-afirmación de
que servir a Dios y al hermano están en la misma línea.
El religioso
que es enviado como misionero hasta lugares lejanos y aislados, tal como es el
caso de nosotros en Chile, se supone y se suponía que él, en cierto sentido, es
autónomo y asuma su propia responsabilidad. Tanto los obispos como la Congregación lo
suponen. Los misioneros no solo fueron enviados como personal para desempeñar
tareas apostólicas. Son considerados como personas que por motivos religiosos asumen
responsabilidades para el pueblo del Señor. Se espera, y con razón, que no serán
mercenarios sino “Buenos Pastores”. (Trad. Gaspar)