La
alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se
encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado,
de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre
nace y renace la alegría. En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles
cristianos, para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa
alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años.
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El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de
consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro,
de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada.
Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio
para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no
se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el
bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen
en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida
Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a
renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar
la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso.
No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque "nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor".
Al
que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso
hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos
abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he
dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para
renovar mi alianza contigo.
Él nos
permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos
desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la
resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que
nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!
Pero
quizás la invitación más contagiosa sea la del profeta Sofonías, quien nos
muestra al mismo Dios como un centro luminoso de fiesta y de alegría que quiere
comunicar a su pueblo ese gozo salvífico. Me llena de vida releer este texto:
«Tu Dios está en medio de ti, poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te
renueva con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo» (So 3,17
Cuando
Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: «Ésta es mi alegría, que ha llegado
a su plenitud» (Jn 3,29). Jesús mismo «se llenó de alegría en el
Espíritu Santo» (Lc 10,21). Su mensaje es fuente de gozo: «Os he
dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea
plena» (Jn 15,11). Nuestra alegría cristiana bebe de la fuente de
su corazón rebosante. Él promete a los discípulos: «Estaréis tristes, pero
vuestra tristeza se convertirá en alegría» (Jn 16,20).
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Hoy, que las redes y los instrumentos de la comunicación humana han alcanzado
desarrollos inauditos, sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística
de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de
apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una
verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa
peregrinación. De este modo, las mayores posibilidades de comunicación se
traducirán en más posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos.