lunes, octubre 23, 2017

CALBUCO



Calbuco.

El Padre Juan cuenta:
El día 22 de mayo del año 1940 partí de Yerbas Buenas para tomar en Linares el tren hacia Puerto Montt que debía pasar alrededor de la medianoche. Junto con el Padre Cristián Verheugd que me acompaño hasta Linares, quedamos una gran parte del día en la casa de las  Hermanas de La Providencia, donde se encontraba enfermo el Padre Guillermo Smits.
Anteriormente él  había llegado desde el Norte  para ir conmigo a Calbuco, pero se enfermó en Colbún. Por lo tanto no podía acompañarme en el viaje al Sur.
El tren debía pasar a las once y media pero llegó con una hora atrasado. En la estación  se encontraban solo el P, Cristián, un funcionario del ferrocarril  y mi persona que fuí el único pasajero que abordó el tren. Mientras que el tren se puso  en movimiento, el conductor me adelantó  por el pasillo central del coche-dormitorio y me indicó  mi asiento previamente reservado.

En camino a Calbuco. ¿Dónde se ubica Calbuco? Yo había preguntado a alguna gente de Yerbas  Buenas  si conocían a Calbuco y dónde se ubicaba. Nadie había pasado  jamás por allí y no se sabía donde se ubicaba exactamente. Alguien contó que eran muy hermosos los  paisajes del Sur. Otros sabían que allí llovía mucho y que uno  pasaba  mucho frío. El domingo siguiente yo iba a ser párroco en un lugar desconocido. .
Cuando amaneció estuvimos en la cercanía de Temuco. El tren siguió su ruta durante todo el día y alrededor de las nueve horas, cuando otra vez cayó la noche, hicimos la entrada a la estación de Puerto Montt. Me habían informado que Calbuco se ubicara más allá de Puerto Montt, incluso de que era una isla  de modo que era indispensable que tuviera que pasar la noche en la ciudad. Desde Yerbas Buenas había enviado  un telegrama  al convento de los Jesuitas de Puerto Montt con la petición de poder alojar donde ellos. Esperé que alguien de ellos estuviera  en la estación para acogerme, pero no había nadie. Había un joven que se ofreció para llevar mi maleta. El sabía donde se ubicaba el convento. Salimos de la  estación y recorrimos varias calles. “Aquí viven los padres,” dijo el joven indicando una puerta. Toqué el timbre y en un rato más se abrió la puerta. Desde adentro un hombre me miró con un aire investigador y me preguntó, quién era yo. Cuando me había dado a conocer, me dejó entrar y fue a avisar al superior de la casa. El telegrama no había llegado de manera que no sabían de que yo iba a llegar, pero no era un inconveniente para ellos de poder pernoctar donde ellos.
Fue un jueves en la tarde y la primera oportunidad que se ofreció  para continuar hacía Calbuco era en la mañana del domingo. Utilicé los días siguientes  para conocer algo de Puerto Montt. Eran días con tiempo oscuro y de lluvia. Los jesuitas casi todos eran chilenos con solo un español, un argentino  y un hermano alemán. Uno de los padres  me acompañaba algunas veces en mis paseos. Fue él que me llevó hasta la casa del obispo, que se encontraba sin embargo en Roma por razones de la separación de la diócesis de Ancud, cuyo obispo era hasta este momento. Él iba a regresar  recién un par de semanas más adelante.
Sobre Calbuco no sabía más que el hecho de que yo iba ir por allá. El párroco de la iglesia de Puerto Montt, que debía ser convertida en iglesia catedral, había sido nombrado ya secretario de la nueva diócesis. Fuimos a verlo, pero tampoco pudo informarme mucho. Todo era diócesis de Ancud por entonces.




Ya que no había visto de Chile algo más que Yerbas Buenas y Colbún, pensé que Calbuco era también un pueblito chico como ellas con algunas casas grises y una costa marítima  húmeda.  Esta idea de humedad me llegó a la mente porque durante aquellos días junto con los Jesuitas, casi todo el tiempo se estaba lloviznando.  Consulté a los Jesuitas si hubiera  hospedaje en Calbuco. “Pues esto habrá en todas partes” fue la respuesta,  “de esto se preocupa la gente”. El día sábado por casualidad vino de visita  un sacerdote que conocía bien Calbuco.  Provenía de esta región y aparentemente estaba contento al ver a un sacerdote que estaba por ir por allí. Hablaba muy favorablemente sobre Calbuco y dijo que sin duda yo iba a estar muy a mi gusto allí, pues allá vivía mucha gente buena. Tiempo después supe que aquel sacerdote se llamaba Francisco Ávila  y provenía de Tabón.
El día sábado supe que existía una conexión telefónica con Calbuco. Ya avanzada  la tarde llamé al párroco de Calbuco. Cuando me había dado a conocer,  me dio una respuesta de buen humor. Me dijo que como no había oído nada hasta el momento tenía el temor de que el nuevo párroco no estuviera presente todavía en el día de la transmisión de la parroquia.  Me dijo que de todas maneras debiera tomar el barco en  la  mañana siguiente. Inmediatamente a mi llegada a Calbuco debía celebrar la misa  durante la cual iba a ser instalado como párroco. El secretario de la diócesis Ancud, a cargo de la ceremonia ya estaba presente.

En la mañana del domingo me puse en camino mediante un bus al puerto donde partió el barco a las ocho. Después de una navegación  de más o menos dos horas y media llegamos a Calbuco. Todavía estaba oscuro y llovioso. Cuando desde el barco eché un primer vistazo al lugar me quedé con una impresión favorable; realmente superó mis expectativas. Calbuco era más grande que Yerbas Buenas y parecía ser una pequeña ciudad.
Abajo en la muelle estuvo de pie un grupo de gente mirando. Estaba pensando que  ellos serían los habitantes de la isla, que vinieran  a ver quiénes y qué cosas trajera el barco, como era costumbre en la estación de Yerbas Buenas, cuando en la tarde llegaba el tren de Linares. Me llamó la atención que no eran campesinos vestidos  con ropa sencilla, sino gente bien vestida que había llegado para acoger a su nuevo párroco. Estuvo presente el párroco, el secretario de la diócesis y el alcalde junto con mucha gente. Después de habernos saludado efusamente, nos movimos, como en procesión, al templo  y un par de minutos más tarde me encontré junto al altar para la santa misa, durante la cual fui instalado como párroco.

A nuestra llegada Calbuco aún era una isla. Recién mucho tiempo después se construyó el dique (terraplén) que hace la conexión con el continente. El pueblo contaba con  más o menos 1200 habitantes.  Aparte de ellos teníamos a nuestro cargo pastoral a 8.000 personas más que vivían repartidos en otras islas y el continente del territorio que correspondía  a la parroquia.
En el año 1940 aún no estaba  terminada la construcción de un nuevo templo y la casa parroquial. Un par de años antes se había iniciado la construcción de  la iglesia  después de que el templo anterior se quemó en el año 1938. El dinero disponible solo  alcanzaba para costear la obra gruesa.



 La verdad es que por fuera parecía que la iglesia estaba terminada, pero por dentro faltaba mucho por hacer todavía. A pesar de todo esto, en la mañana de mi llegada el interior del templo me dio una sensación agradable. Pensé que por lo menos esto tenía el aspecto de un templo verdadero. En mi mente hice una comparación con el edificio bajo y pobre que era el templo de que estaba acostumbrado en Yerbas Buenas.
Tal como todas las casas de aquella época en el sur, también la iglesia estaba construida de madera desde el piso de loza hasta el caballete del techo. A dentro uno veía todavía las vigas cuadradas, labradas con hacha, que formaban los pilares y la armadura. Las paredes consistían de tejuelas. El piso ya estaba terminado pero hacia arriba se observaba las planchas de zinc que formaron el techo. Faltaba  mucho por hacer.  De vez en cuando, cuando había dinero continuaban los trabajos.
El día lunes en la mañana después de mi llegada eché un vistazo dentro de la iglesia. Un maestro estaba colocando una parte del cielo en una de las naves laterales. El dinero para comprar los materiales debía ser reunido por los habitantes de Calbuco. Se juntaba el dinero mediante acciones caritativas, rifas y colectas y otras actividades. El trabajo avanzaba lentamente puesto que el dinero siempre era demasiado poco para hacer mucho. No existía ningún proyecto para la construcción en su totalidad y lo que ya estaba terminado solo tenía que ver con el exterior del templo.
En el año 1945 otra vez se hizo una colecta. Esta vez a una manera más masiva y resultó bastante exitosa. Anteriormente yo mismo había diseñado  un proyecto de arquitectura,  lo que fue aprobado por el obispo. Una vez conseguida una suma de 18.000 pesos (según el valor de aquel tiempo)  comenzó el trabajo. El proyecto estaba en coherencia con el estilo del ábside que parcialmente estuvo terminado. El trabajo contaba con el interés de toda la población. Cuatro maestros  trabajaron  por  más o menos un año en la construcción. Todos los gastos, materiales y sueldos sumaban un total de entre  80 y 90 mil pesos, que en su totalidad fueron reunidos por los habitantes de Calbuco.
Antes que  empezó  trabajo al templo, primero se convirtió la residencia de los sacerdotes en una vivienda más apropiada. Esta casa anteriormente había quedado ubicada en otro lugar de Calbuco. Cuando el dueño se fue a otra parte  donó su casa a la parroquia  para servir de casa parroquial.  Para este fin la casa tuvo que ser demolida,  desplazada y reconstruida.  Era una casa de madera y de dos pisos. Cuando llegamos los padres  a Calbuco una parte de casa, tanto en el primer piso como en el segundo, estuvo subdividida  en piezas de cierta altura sin terminar. La verdad es que todas aún eran espacios como bodegas. Algunas paredes estaban cubiertas con  papel de color plomo, otras con papel de diario. La mayor parte de las paredes divisorias  eran nada más que tablas sin cepillar. La otra parte de la casa estaba totalmente sin cerrar. Abajo aparecía un suelo húmedo, ya que aún faltaba el piso y arriba se veía entre las vigas el zinc del techo. Desde el comienzo se ha gastado  mucho dinero en acomodar la casa. Pero a pesar de todos los esfuerzos de hacer algo bueno, siempre ha quedado una casa vieja  con mucho espacio pero poco confortable.
Calbuco propiamente dicho era en una ciudad dividida en dos partes algo separadas entre si: El Centro y La Vega. La parroquia se ubicaba entre las dos pero acercada al centro. El centro fue la parte más importante. Alí se encontraban los negocios, las oficinas de la administración civil (Calbuco era comuna y sede principal del departamento) escuelas, cuartel de bomberos, etc. Algunas partes de calle dieron el aspecto de una ciudad, a pesar de que faltaba toda  pavimentación. La Vega era más bien una prolongación que se estableció en años más tarde alrededor de la bahía natural que prácticamente se había convertido en puerto pesquero.
El origen de Calbuco se produjo en los primeros años después de 1600 cuando fue fundado por un pequeño grupo de españoles  que se habían fugado de Osorno, que fue asaltado y destruido por los indios. Los comienzos de  Calbuco hay que localizar  en la punta noroeste “La Picuta”, donde los españoles construyeron una pequeña y primitiva fortaleza. Calbuco con el tiempo se convirtió en un punto central de toda la región.

Todas las calles eran vías de tierra del mismo suelo. Cuando nosotros estuvimos allí por varios años ya,  recién se construyeron en los lugares más importantes veredas peatonales de cemento. Puesto que casi no había tráfico (los únicos vehículos fueron a veces un carrete de bueyes y el coche de un eje tirado por caballo del comerciante de vinos  que tenía su bodega frente a la casa parroquial), los caminos estaban  bastante duros y en buen estado y quedaban y  limpios,  ya  que la lluvia frecuente  continuamente arrojaba la basura de la calle  al mar.
Había una generadora eléctrica perteneciente a una empresa particular. En la tarde había corriente desde el crepúsculo hasta la medianoche. En tiempos posteriores,  a causa de desperfectos se produjeron períodos largos  en que faltaba totalmente la luz eléctrica. Cuando esto pasaba teníamos que ayudarnos de una vela u otra fuente de luz que sirviera  para dar  un  poco de luz en nuestras habitaciones. En los inviernos siempre tuvimos que ayudarnos de una vela, tanto en la iglesia como en la casa. En todas las casas de Calbuco pasaba lo mismo y estuvimos tan acostumbrados que ya no nos  llamaba  la atención. Tampoco contábamos con agua potable de cañería.  En la parte posterior  de  la casa disponíamos de un pozo de agua..

A fines de enero de 1943 en  una tarde de domingo con tiempo soleado  y sin lluvia, mientras que la mayoría de la gente se dedicaba a dar un paseo por los campos o la playa, todo el centro de Calbuco se destruyó completamente por un incendio foras. . Fueron 126 las casas destruidas. Los pozos de agua existentes en varias partes que debían proporcionar el agua a los bomberos, estaban secos a causa de la sequía correspondiente al verano Con pena en el alma tuvimos que ver como el fuego se extendía con las llamas saltando de una casa a la  otra. El incendio tuvo su origen en el centro del casco urbano y se extendía a todas las direcciones. El incendio se inició alrededor de las 4 en la tarde y a las diez y media de la noche todo Calbuco resultó ser una planicie desolada y cubierta de una capa de ceniza negra y  con planchas de zinc retorcidas de los techos. El  fuego tres veces se acercaba a la iglesia. La gente decía;  San Miguel, el patrón de la parroquia no permitirá que la iglesia se queme también.
Cuando en la noche el incendio se había terminado, ya que debido al frescor de la tarde  el fuego perdía fuerza para saltar a otras casas, el templo quedó en pie e intacta. “San Miguel  procuró que la iglesia se salvó”,  dijo la gente. Este incendio ha sido el acontecimiento más catastrófico en la historia de Calbuco. En las semanas posteriores  en medio del suelo chamuscado y los pedazos de fierros y escombros  resurgieron pequeños cobertizos. Los habitantes de las casas quemadas y los muchos comerciantes empezaron a levantar algo. Después de un año en diferentes partes habían sido levantadas ya, otra vez,  varias casas y negocios hermosos y recién hechos. Fue entonces que en una noche nuevamente se estalló un incendio que otra vez  redujo todo en cenizas. Nuevamente  comenzó la reconstrucción  y poco a poco el centro se extendió hasta lo que es ahora. Siempre el fuego ha sido un flagelo para Calbuco y no hay nada, de que la gente tiene tanto temor, hasta el día de hoy

Calbuco era una isla a la cual con dificultad se podía llegar tanto desde Puerto Montt como desde Ancud.  Tres veces en la semana un pequeño barco de vapor pasaba por allí que mantenía un servicio fijo entre ambos localidades. Además pasaban otros dos barcos que mantuvieron un servicio entre Puerto Montt y Aysén, lugar que se ubica mucho más al sur. Pero ambos tenían un servicio muy irregular, de manera que fueron  de poco utilidad para Calbuco. Posteriormente se redujo el servicio entre Puerto Montt a Ancud a solo dos viajes. Para cada viaje a Puerto Montt se necesitaba cuatro días. Era un progreso enorme cuando algunas lanchas a motor empezaron un servicio de viajes marítimos desde Calbuco mismo. En adelante se podía hacer un viaje de ida y vuelta en un solo día.
No existía ninguna conexión por tierra. La verdad es que no existían caminos en toda la parroquia. Tampoco había vehículos de ningún tipo. Todo desplazamiento se hacía a pie, a caballo y en bote a remos. Por tierra había que pasar por praderas, chacras  y  matorrales. Donde era posible uno se movía por la playa,  lo que no era posible con mar alto (La diferencia entre flujo y reflujo del mar en Calbuco es del rango entre tres y medio y siete metros) Durante los meses de verano el movilizarse sobre tierra era  algo  más cómodo,  puesto que en aquella época había menos barro. A pesar de esto,  en aquellas semanas de verano, uno volvía a casa con bastantes manchas de lodo. En los años 1955 -1956 se hizo realidad un camino por tierra entre Calbuco y Puerto Montt. En el año 1940 ya se había comenzado a construir un balseo entre el continente y la isla. El camino corría por unos 20 km hacia el norte hasta donde en la actualidad se ubica  la Capilla de La Campana. Este pedazo de camino nos sirvió mucho para ir a algunas capillas. Al mismo tiempo se había comenzado a construir un camino desde Puerto Montt. Los trabajos quedaron  paralizados por muchos años. Una vez terminado el camino, el ir a Puerto Montt se hizo más fácil, puesto que poco a poco  empezaron  a aparecer servicios de buses de movilización colectiva. Esto obviamente  redujo drásticamente el transporte de personas por barco. Una  lancha a motor necesitaba tres horas y medio para el viaje a Puerto Montt, un vapor dos  horas y medio y un  bus solo dos  horas. La distancia en  tierra sumaba  57 KM.  
Para el trabajo de la parroquia sin embargo estos medios de transporte no aportaban mucha utilidad,  ya que todos los sectores y todas las capillas se ubicaron más al sur o quedaron demasiado lejos de los caminos. Muchas capillas habían  sido construidas precisamente junto a las playas, ya que es evidente que en aquel tiempo la mejor posibilidad de llegar a ellas era a través del mar. Durante los últimos 10 años las tierras del interior de la región quedaron más accesibles  y ahora muchas capillas ubicadas en el continente pueden ser visitadas con uso del auto.                                 (Trad. Gaspar)