PADRE ANTONIO VAN GEFFEN
Antonio
nació en la Ciudad de Den Bosch, ciudad del sur de Holanda, el 20 de junio de
1911. Siendo adolescente entró a nuestro seminario menor MSF, hizo sus votos en
1932 y se ordenó el día 24 de julio del año 1938. Inmediatamente después de
terminar sus estudios recibió el nombramiento para Chile y el 27 de septiembre de 1939 partió a
su nuevo destino.
El
Padre Antonio van Geffen formaba parte
de los pioneros de la Misión en Chile, ya que recién en un año anterior había
llegado el primer grupo de misioneros que inmediatamente fue repartido a dos
diócesis ubicadas a gran distancia entre ellos: Antofagasta en el Norte Grande
y Linares en el Sur. En esta última diócesis se trató de 2 parroquia: Colbún y
Yerbas Buenas. A esta última llegó el Padre Antonio y en este lugar permaneció
para el resto de su vida.
En un comienzo trabajaba junto con el padre Cristián Verheugd, que desempeñaba el puesto de superior. Después de un par de años el mismo se convirtió en párroco y nunca jamás hubo un superior u obispo que era capaz de cambiarlo para otro puesto. Nadie pudo quitarle la idea de que Yerbas era la parroquia suya y los habitantes eran su gente y él era su párroco y nadie más. Varios de sus cohermanos debían comprobar sensiblemente este hecho, los cuales, en los primeros años, lo acompañaban como vicarios cooperadores y no obtuvieron mucho espacio para trabajar con iniciativas propias. El padre se sentía personalmente responsable para la pastoral en este pueblo pequeño y el extenso campo perteneciente al territorio de su parroquia. Realmente le faltó la flexibilidad de delegar responsabilidades a otros. Para decir la verdad, no fueron sus cualidades el trato fácil, el trabajo en común y la complacencia por parte suya con sus colegas.
Por este motivo, posteriormente, siempre tuvo que trabajar en ausencia de colaboradores, y para decir la verdad, esto fue para él lo más cómodo y de este modo podía actuar de acuerdo con su propio criterio y con su estilo de personalidad. Sus feligreses, sin duda, no habrán tenido siempre un trato del todo fluyente por parte de él. Sin embargo, cuando entraba en años y se enfermaba, resultó que todos manifestaron un aprecio grande para él y, a veces, uno no puede librarse de la impresión de que lo veneraban como a un santo. También el obispo lo tenía gran respeto. Durante muchos años el Padre Antonio ha compartido la vida de la gente y se ha entregado para el bien de ellos. Ya no era el extranjero llegado de afuera, sino uno de ellos y no se podía imaginar la comunidad sin él. Incluso él era como una autoridad que mandaba. Fue significativo que el alcalde del lugar (Alfonso Astete), le ayudaba en la misa matutina como monaguillo. Era uno más del pueblo pues en los largos años había experimentado toda clase de cosas con esta gente: él conocía a cada uno, ya que casi todos fueron bautizados y casados por él y sus hijos, a su vez, fueron bautizados y participaron en su catequesis. Sin duda, muchos piensan en él y se emocionan, cuando se canta la canción “El Cura de mi Pueblo”.
En un comienzo trabajaba junto con el padre Cristián Verheugd, que desempeñaba el puesto de superior. Después de un par de años el mismo se convirtió en párroco y nunca jamás hubo un superior u obispo que era capaz de cambiarlo para otro puesto. Nadie pudo quitarle la idea de que Yerbas era la parroquia suya y los habitantes eran su gente y él era su párroco y nadie más. Varios de sus cohermanos debían comprobar sensiblemente este hecho, los cuales, en los primeros años, lo acompañaban como vicarios cooperadores y no obtuvieron mucho espacio para trabajar con iniciativas propias. El padre se sentía personalmente responsable para la pastoral en este pueblo pequeño y el extenso campo perteneciente al territorio de su parroquia. Realmente le faltó la flexibilidad de delegar responsabilidades a otros. Para decir la verdad, no fueron sus cualidades el trato fácil, el trabajo en común y la complacencia por parte suya con sus colegas.
Por este motivo, posteriormente, siempre tuvo que trabajar en ausencia de colaboradores, y para decir la verdad, esto fue para él lo más cómodo y de este modo podía actuar de acuerdo con su propio criterio y con su estilo de personalidad. Sus feligreses, sin duda, no habrán tenido siempre un trato del todo fluyente por parte de él. Sin embargo, cuando entraba en años y se enfermaba, resultó que todos manifestaron un aprecio grande para él y, a veces, uno no puede librarse de la impresión de que lo veneraban como a un santo. También el obispo lo tenía gran respeto. Durante muchos años el Padre Antonio ha compartido la vida de la gente y se ha entregado para el bien de ellos. Ya no era el extranjero llegado de afuera, sino uno de ellos y no se podía imaginar la comunidad sin él. Incluso él era como una autoridad que mandaba. Fue significativo que el alcalde del lugar (Alfonso Astete), le ayudaba en la misa matutina como monaguillo. Era uno más del pueblo pues en los largos años había experimentado toda clase de cosas con esta gente: él conocía a cada uno, ya que casi todos fueron bautizados y casados por él y sus hijos, a su vez, fueron bautizados y participaron en su catequesis. Sin duda, muchos piensan en él y se emocionan, cuando se canta la canción “El Cura de mi Pueblo”.
Seguramente,
el Padre había soñado con una tarde de vida tranquila en medio de sus hijos
espirituales. Pero esto no fue su suerte. Ya enfermo tuvo que viajar a su
patria en el año 1977. El médico constató una arterioesclerosis grave y estimó
que no era conveniente retornar a Chile. Pero el médico no mandaba más que un
obispo o un superior, pues aunque el padre a causa de su enfermedad ya no tenía
ideas tan claras, una idea quedó sin discusión en su
mente de que él era el párroco de Yerbas Buenas y, por lo tanto, debía ir para
allá. Esta convicción se convirtió en una obsesión para él y después de algunos
intentos de fuga fracasados, en febrero de 1979, logró salir del país por vía
aérea y, después de pasar una parada en el Perú, arribar a Chile. No fue fácil
para su sucesor y ex-feligreses el convencerle, pero después de algún tiempo
lograron hacerlo viajar, acompañado de un médico, a Holanda, donde recibió
cuidados adecuados y donde, según parecía, se encontraba razonablemente a su
gusto. Hasta que llegó el momento de su partido hacia la Casa del Padre, el día
20 de noviembre de 1980. Su
tumba queda en su primera patria, lejos de sus queridos chilenos, pero no
apartada del corazón de muchos que lo recordarán con cariño.
Una calle de Yerbas Buenas lleva el nombre de
“Padre Antonio”. Les ayudará a sus habitantes de no olvidar a este misionero
que se hizo chileno con los chilenos.
(Fuente: Archivos de Holanda.
Trad. Gaspar)
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home