TALTAL 1938
El Padre Juan relata: Nosotros,
los primeros misioneros, partimos de Holanda siendo un solo grupo. Una vez
llegados a Chile nos dividimos en dos grupos: El primer grupo abandonó el barco en Antofagasta, los demás
prosiguieron viaje hasta Valparaíso.
Los padres que habían sido destinados
para Taltal permanecieron como una semana alojados en casa del obispado de Antofagasta.
A continuación se trasladaron a Taltal,
acompañados del Obispo. Este último se quedó durante una semana con ellos para presentarlos a los feligreses y de hacer
más fácil la adaptación
Durante los años en que los padres permanecieron en
Taltal yo nunca estuve allí. Más tarde pasé por allí 4 veces con ocasión de dos
visitas a Antofagasta que hice en las vacaciones, cuando nuestros padres
tuvieron a su cargo la atención de la parroquia de San Francisco en aquella
ciudad. Cada viaje lo hice con le empresa Andes Mar Bus, que fue la única
empresa de buses que en aquel tiempo atendía el Norte de Chile. El Camino
Panamericano (carretera grande de Norte al Sur) todavía no existía y la ruta pasaba necesariamente por Taltal tanto de ida como
de vuelta. La primera vez tuve que viajar desde Copiapó pasando por Inca de Oro
y Pueblo Hundido, más allá de Taltal por el camino montañoso de Paposo.
La segunda vez, ya estaba
terminada una parte de la Panamericana, pero el ruta siguió todavía por Taltal.
Taltal es una pequeña ciudad
ubicado al borde del mar. En el tiempo que llegaron nuestros padres era un
puerto importante de unos ocho mil habitantes. Después se redujo este número,
porque la ciudad como puerto decreció
considerablemente en importancia.
Taltal se ubica en la boca de un
lecho de río “prehistórico”, que baja hasta
el mar desde el altiplano por una distancia de más de dos mil kilómetros.
En el curso de muchos siglos se formó por causa de aluviones y sedimentos en la
boca del río una planicie, sobre la cual
se levantó la ciudad de Taltal. Al lado poniente el lugar está bordeado por el mar y
al otro lado por muros altísimos de montañas áridas como es el caso en
todo el norte de Chile. En los años que nuestros padres trabajaban allí, sucedió
una vez que el agua proveniente de una
lluvia excesiva en tierras del interior buscó su camino de salida hacia el mar a través del lecho viejo y seco,
y generó tanta fuerza, que alcanzó a derrumbar un conjunto entero de casas.
Tal como es el caso en todas
ciudades grandes y pequeñas, siempre ellas cuentan con una plaza central, donde
se ubican habitualmente los edificios más importantes. De la misma manera
Taltal también tiene su plaza Al lado
poniente se encuentran el templo y la
residencia sacerdotal, ambos construidos
de acuerdo con un estilo colonial que consiste en una larga serie de
habitaciones frente a la calle, de modo que la parte edificada parece de una
extensión considerable. Dentro del informe sobre Chile que recibimos con
ocasión de nuestra partida por parte del Padre Dehrenbach, también estaba registrado
el número de metros de la fachada al lado de la calle. Aparentemente esto había
llamado mucho la atención al Padre.
Tal como la plaza de cada
ciudad en Chile, la de Taltal estaba provista de árboles, arbustos y flores, que aparecían algo
escuálidos debido a lo árido de la región. En el centro de la plaza había una hermosa fuente de agua de fierro, tal como aparecen también
en distintas partes de Santiago.
Todas las casas, incluso la iglesia, han sido construidas de madera. Esto tiene
un origen histórico. Cuando en tiempos pasados los barcos .provenientes de
otros continentes vinieron a Chile para retirar minerales, trajeron por falta de carga hasta este puerto grandes
cantidades de madera que aquí
llegaron al mercado a precios bajos.
Tal como pasa en casi todas las ciudades chilenas Taltal, según el modelo español, está construido conformando superficies cuadrados
de casas. De esta manera se obtiene el
diseño de un tablero de juego de damas.
A cada 125 metros se abre una calle.
Al interior de Taltal había un
sector grande del altiplano, que perteneció a la parroquia. En estas
superficies desérticas es muy difícil trazar demarcaciones claras entre
territorios de uno y de otra parroquia. Las parroquias vecinas eran Antofagasta a 300 KM hacia el norte y Chañaral a 159 KM al sur. Hacia
el oriente la parroquia de Taltal se extendía hasta la frontera con Argentina.
En el centro de la tierra en altura hay una franja donde hace muchos años
estuvieron en explotación numerosas
minas y junto con cada mina vivía una
población bastante numerosa. Puesto que prácticamente toda la gente era católica, debía ser visitada cada tanto tiempo por los
padres desde Taltal. En aquel tiempo los medios de transporte eran escasos y deficientes y hasta las pequeñas empresas de
buses dejaron mucho que desear. Cuando uno después de tal viaje volvía
a casa estaba cubierto de un color
plomo a causa del polvo que había ingresado por las hendiduras de la carrocería
del vehículo. Para el transporte de los minerales corría un pequeño tren desde las minas hasta el
puerto. A veces había oportunidad de
hacer uso de él para visitar el altiplano.
Normalmente uno tenía que utilizar cada oportunidad que se ofrecía tanto para
ir como para volver al interior. Más
tarde la mayoría de las minas quedaron paralizadas,
porque ya no fueron rentables. Se habían
convertido en ciudades muertas: con calles y casas en medio del desierto que comenzaron a convertirse
en ruinas en las cuales ya no vivía nadie. Por otra parte la ciudad y la parroquia
solas ya ofrecieron un número más que suficiente de actividades pastorales. Era
la época de florescencia de la Acción
Católica y existían diferentes otras
entidades religiosas que generaron mucho movimiento en la vida de la parroquia.
Después de 10 años esta parroquia fue
devuelta y confiada otra vez a
los cuidados de los sacerdotes diocesanos. La parroquia estaba ubicada
demasiado lejos de todo.
En vez de Taltal fueron aceptadas dos parroquias, una en Tocopilla y una en la Oficina Pedro de Valdivia, al
norte de Antofagasta.
Un viaje del Sur hacia el norte realmente exigía mucho tiempo. El tren sobre
vía estrecha demoraba varios días. Los caminos
en su totalidad estaban cubiertos con piedras y un
grueso capa de polvo. Eran caminos de
tierra dura de desierto, que a lo largo, a causa de camiones pesados mostraban asperezas transversales de manera
que se convirtieron en calaminas (planchas onduladas). Por eso se habla de
caminos de calaminas. Viajar cabeceando en un vehículo realmente no era una experiencia reconfortante.
En varias partes del camino
había lugares que no eran libres de peligro de la vida. Cuando viajé por
primera vez a Antofagasta y el bus se encaminó un pendiente fuerte de la cuesta de Paposo, yo estaba sentado tras de una familia con algunos niños. Cuando llegamos casi a la
sima los niños dejaron de ser tranquilos, pues querían ver el camión
como decían. No comprendí porqué
apretaban sus carítas contra la ventana, pues un camión generalmente no ofrece un
espectáculo llamativo. Al final del pendiente
el camino formó una curva cerrada
casi como medio círculo. A un
lado había un abismo profundo hacia el fondo y al otro lado un muro escarpado
de rocas. El camino apenas tenía el ancho de un bus. Andábamos paso a paso. Primero uno de los
conductores salió del bus para averiguar si viniera algún vehículo por el otro lado de la esquina, pues en era imposible adelantar al otro en dirección contraria. Cuando los niños
siguieron apretando la cara contra la
ventana yo seguí su ejemplo. En la
profundidad de la quebrada yacía un camión cisterna con las ruedas hacia arriba. Una rueda se había desprendida y yacía
a cierta distancia entre las
rocas y arbustos. Fue una experiencia fuerte. Pensé que esto podría pasar también
a este bus. En total pasé 4 veces por este lugar, pero cada vez me sentía más tranquilo una vez pasado este lugar. (Trad. Gaspar)
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