sábado, marzo 16, 2013

EL CHIVO EXPIATORIO


En la práctica ritual de los antiguos judíos, el sumo sacerdote, purificado y vestido de blanco para la celebración del Día de la Expiación (purificación de las culpas por medio de un sacrificio) ponía las manos sobre la cabeza del animal elegido, al que se le imputaban todos los pecados y abominaciones del pueblo israelita. El chivo expiatorio era “el macho cabrío que el sumo sacerdote sacrificaba por los pecados de los israelitas”; o también “la persona sobre la que se hacen recaer las culpas que comparte con otros”. De esta práctica judía viene la declaración de Juan Bautista al ver a Jesús acercarse a él: “Ahí viene el Cordero de Dios, el que carga con el pecado del mundo” (Juan 1:29).


En la parroquia, la culpa es siempre  del párroco, o del grupo 

oración, o de los feligreses o de los

 catequistas.

Y por supuesto, en el caso personal, ya se sabe que, ¡soy una 

víctima inocente de todos los que me acosan!
Jesús nos llama a asumir responsabilidad por nuestros actos y ¡a no culpar a nadie por nuestras fallas! Él nos dijo: “¿Por qué ves la pelusa en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo?… Hipócrita, sácate primero la viga que tienes en el ojo y así verás mejor para sacar la pelusa del ojo de tu hermano”. (Mateo 7:3-5)
  Las autoridades eclesiásticas actuales hablan del "sacrificio redentor" que Jesús consumó. Jesús supuestamente se hizo cargo y acogió todos los pecados pasados, presentes y futuros; para ello sufrió en la cruz. En el catecismo de la Iglesia católica podemos leer en el número 605: "No hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo". (Cc. de Quiercy en el año 853: DS 624). 
 Según el catecismo de la Iglesia católica Jesús llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo en expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a quienes "justificará y cuyas culpas soportará" (Isaías 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados (Número 615