LOS TRABAJADORES DE LA HORA UNDECIMA
Durante mis vacaciones en Holanda leí de nuevo un libro que había leído por primera vez en mi infancia en el seminario menor.Era una edición de bolsillo (pocket) de 1960 con letras pequeñas y nuevamente disfruté y gozé con la historia y el estilo del escritor escocez Bruce Marshall. Sin duda el se inspiró en la parabola del Señor sobre el contrato de los trabajadores en la viña del Señor.
LOS TRABAJADORES DE LA HORA UNDECIMA
El evangelio (Mt 20,1-16) pone de manifiesto que el reino de Dios y, por tanto, todo lo que hombre recibe del Señor, no es una recompensa al esfuerzo humano, sino un don inmerecido y gratuito. La parábola de la viña y de los obreros contratados a lo largo del día es un canto a la gratuidad del reino, una celebración de los dones de Dios, que nunca dependen de los méritos humanos.
En la parábola, el dueño de la viña contrata diversos grupos de obreros, unos al inicio del día, otros a media mañana (a la hora tercia), a mediodía (a la hora sexta), a inicio de la tarde (a la hora nona), y al final de la tarde (a la hora undécima, o sea a las 5 de la tarde). La jornada de trabajo constaba de 12 horas, desde las 6 de la mañana a las 6 de la tarde. La primera cosa que sorprende es la llamada providencial e inesperada a trabajar en la viña dirigida al último grupo, una hora antes de que termine el día de trabajo. El patrón de la parábola llama constantemente y siempre da la oportunidad de trabajar en su viña.
Pero es todavía más sorprendente la forma de pagar a los obreros. Los primeros contratados, llamados a trabajar desde las primeras horas de la mañana, se dan cuenta de que los de la cinco de la tarde (hora undécima) son llamados de primero y reciben un denario, es decir, el salario de toda la jornada. Su decepción es grande. Primero, porque esperaban ser pagados antes que todos, y luego porque “pensaron que cobrarían más”, pero “recibieron un denario cada uno” (v. 10). Quienes escuchan la parábola se sienten inclinados a compartir los sentimientos de desilusión de los jornaleros que han soportado toda la fatiga del día y que son tratados de la misma forma que los que trabajaron solamente una hora y en el momento menos soleado del día. La protesta de los trabajadores contratados desde la mañana parece justificada cuando dicen: “Estos últimos no han trabajado más que una hora y les pagas como a nosotros que hemos aguantado todo el peso del día y el calor” (v. 12).
El dueño de la viña le respondió a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?” (vv. 13-15). La forma de actuar del patrón es extraña: les paga a los que han trabajado todo el día igual que a los que han trabajado una hora. La única explicación es la que el mismo texto ofrece: la bondad del dueño de la viña. En efecto, el patrón se define a sí mismo diciendo: “yo soy bueno”. El patrón, por tanto, representa a Dios, porque “sólo Dios es bueno”, como le dijo Jesús al hombre rico (Mt 19,7). Su forma de retribuir a los trabajadores va más allá de la justicia. Actúa movido sólo por su bondad. En realidad no les estaba pagando. Aquel denario no era un salario, sino un don.
El libro de Bruce Marshall: El hombre de la hora undécima
La historia
Se puede comenzar a leer a Marshall partiendo de esta última página para seguir con todo el libro como un flash back. Uno se apasionará con la historia de un jovencísimo sacerdote francés que participa en
Entretanto, se acerca
Los ojos del sacerdote francés no se recuperarán jamás de estos brutales sucesos, aunque al final, misteriosamente, los destinos se recompongan: el hijo de Bessier, que se ha vuelto por aquel entonces “herético” para los comunistas, se casará con la bella Michelle, y finalmente Gastón se quedará como “capellán residente” del convento de monjas.
1 Comments:
Hola soy un niño de catiquesis me gustó el blog, está bonito.
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