miércoles, marzo 07, 2012

MEDITACIÓN CRISTIANA



El Señor nos invita a reposar en él. Los caminos de Dios son diferentes a los nuestros y sus pensamientos son sublimes. Aunque nos esforcemos por querer disfrazar nuestros propios anhelos con la apariencia de la voluntad divina, esa fantasía dura poco. El suave murmullo del Señor es oído solamente por los que prestan atención.

La meditación cristiana es, principalmente, un acto de amor. El amor verdadero exige pasar tiempo con el amado, con la amada. Tiempo de intimidad, de mutuo conocimiento, de profunda comunión.  La meditación es un tiempo de quietud y descanso en la presencia del Señor, para deleitarnos en su Misterio, en su Amor, en su cuidado por nosotros.
La práctica de la meditación es simple, sencilla, pero no es fácil. No hay camino fácil en el amor verdadero. El requisito primordial es el tiempo, no hay necesidad de apurarse, no puede haber prisa. Seguidamente nos internaremos en este camino dando algunos pasos sencillos: relajarse; prestar atención; silenciarse; y agradecer.

Relajarse: Es necesario para la meditación un ambiente callado y confortable. Luego, aprovechando la quietud del ambiente, debemos relajar el cuerpo y aquietar la mente. Meditar es descansar en el Señor.

“Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza.”Salmos 62.5

 Las experiencias místicas provocadas a través de la meditación pagana oriental o de la “metafísica” nada tienen que ver con el estado de unión con el Dios Uno y Trino: Dios Padre,Dios Hijo y Dios Espíritu Santo de la Contemplación Cristiana, en la cual el Dios Vivo y Verdadero va haciendo en el alma del orante su trabajo de alfarero para ir moldeándola según Su Voluntad (cfr. Jer.18, 1-6).
La transformación total en Dios de que habla San Juan de la Cruz no se da por "fusión”con la divinidad, sino por "posesión”: el alma se entrega totalmente a Dios que la posee, tomando la dirección de toda su vida e inspirándola en cada uno de sus actos, y la criatura posee a su Dios, que mora en ella y que la vivifica, la mueve y la gobierna.
Por eso San Pablo describe esta etapa así: "Ya no soy yo quien vivo, sino es Cristo quien vive en mí" (Gal. 2, 20).

                                                               - ANTONIO MUTSAERS-