¿No sabiais que yo debía estar en la casa de mi Padre?
. carta de la madre del seminarista Pablo Dawabe
Santiago, 02-04-06
Querido Padre Juanjo:
Me dirijo a usted para expresarle nuestra gratitud por todos los gratos momentos que
Víctor y yo pudimos compartir con todos ustedes en el seminario.
Desde que mi hijo Pablo hace 6 años partió para el seminario, nunca habíamos tenido la
oportunidad de viajar a Brasilia, cosa que deseaba mucho. El Señor permitió que pudiéramos acompañar a nuestro hijo en este momento tan importante, su Admissio.
Desde el primer momento, al llegar al seminario, mi alegría fue muy grande, no sólo por
el encuentro con Pablo, sino por todo el ambiente, por tanta belleza, por tanta calidez y acogida,por tanta presencia de Dios que se nota en todos los detalles, en la arquitectura, en los jardines,
en la belleza del entorno, y principalmente en las personas, en el cariño con que nos recibieron y acogieron.
Ahora, de vuelta en casa, aún tengo en la memoria cada momento vivido en la
celebración de la Admissio. Especialmente resuenan en mi interior y muy vivamente, sus palabras pronunciadas en la homilía. Al respecto, quiero contarle brevemente mi experiencia de vida y mi vivencia como mamá de un seminarista.
Hace 28 años, cuando nos casamos, estábamos alejados de la iglesia y vivíamos los
acontecimientos de la vida como por inercia, sin tomarle el peso a nada y sin encontrarle sentido a nada. Tanto es así que cuando nació Pablo, yo, al tenerlo en mis brazos lo contemplaba con mucha alegría y admiración por la vida, pero a la vez con gran dolor porque no le encontraba
ningún sentido a que una criatura naciera, viniera al mundo, ya con un destino fatal: la muerte.
No podía entender que alguien naciera y ya trajera esa marca, que estuviera predestinado a morir; no podía aceptar traer hijos al mundo para que algún día, tarde o temprano tuvieran que terminar su existencia. Así, seguí viviendo el matrimonio, sufriendo muchos problemas y teniendo hijos por inercia. Tuvimos 3 hijos y por indicación médica y con nuestro pleno consentimiento me esterilicé. Así permanecí durante 10 años, cerrada a la vida, hasta que el Señor se apiadó de nosotros y nos llamó al Camino, cuando vivíamos muchos problemas matrimoniales. Ahora lo veo claro: sin conocer el amor de Dios nada tiene sentido, todo da lo mismo; no tiene sentido el matrimonio, no tiene sentido traer hijos al mundo, aún queriéndolos mucho con nuestro limitado e imperfecto amor humano. A los 2 años de caminar, tanta Palabra
de Dios logró vencer la dureza del corazón (por este motivo me impresionó tanto el conocer el Santuario de la Palabra, cuando Pablo nos explicó el signo de la pared de piedra en que irrumpe la Palabra abriendo un orificio en la pared), el Señor nos habló fuertemente y nos inspiró revertir la operación con la cual me había esterilizado y abrirnos a la vida, abrirnos a la voluntad de Dios.
Conociendo el amor de Dios ahora sí, todo cobraba sentido: la vida, el matrimonio, los hijos. El Señor fue muy generoso en misericordia y nos regaló 2 hijos más. En ellos pude experimentar algo tan distinto que antes no conocía: si antes me angustiaba tener hijos para que su único destino fuera morir, ahora podía ver que los hijos vienen a una existencia que no tiene fin; comprendí que el concebir un hijo es para una vida eterna, para edificar la iglesia (Jerusalén,Jerusalén, de nuevo reedificada…); ya no son hijos para la muerte sino para la vida eterna, para Cielo. ¡Qué distinto es todo al conocer un poquito la mirada de Dios! Por eso, ahora volviendo a su homilía, desde que Pablo se levantó como vocacionado, desde ese primer momento, como mamá, se lo entregué al Señor, porque sé que Él es su Padre y que la iglesia es su madre. A nosotros no nos pertenece como hijo; sólo somos sus padres adoptivos a quienes el Señor
escogió y encargó la misión de cuidarlo durante su infancia; y ahora con muy buena disposición de espíritu y con muchísima alegría aceptamos de todo corazón esto que decía el Evangelio al encontrar José y María a Jesús en el templo: “¿no sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” Me llena de alegría que Pablo esté ocupado en las cosas de su Padre, que la Iglesia sea su Madre, que María sea su Madre. Y si Dios así lo dispone, le regalará la fe, la fortaleza en los combates, que supongo serán muchos, y la perseverancia para que algún día, si es Su voluntad reciba el sacramento del Orden para servirlo en la construcción de Su Reino. Si ese fuese el plan de Dios, por nuestra parte… no habrá interferencias. Todo esto no es para una vida terrena que se
acaba; es para una vida eterna.
Padre Juanjo, reciba usted nuestro cariñoso saludo, nuevamente le damos las gracias por su acogida y le pido que haga extensivo este saludo a todos los Padres, formadores, seminaristas y personas que trabajan en el seminario. Aprovecho de pedirles oración para que algún día el Señor nos regale un Redemptoris Mater en Chile.
Afectuosamente,
Hildegard Broshek de Dawabe.
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