lunes, diciembre 11, 2017

vida religiosa comunitaria 1938-1978




Vida Religiosa Comunitaria.
El P. Juan van Bergenhenegouwen 
relata:                                                                                            En el tiempo en que llegamos a Chile, en el año 1938, en las comunidades neerlandesas de la Congregación se vivía la vida religiosa como en un monasterio. Hasta en los últimos detalles fueron  observadas las reglas e indicaciones fijadas.  Las comunidades de Kaatsheuvel (seminario menor), Grave (sede de superioridad), Oudenbosch (escolasticado),  Goirle (procura misional)  y Nieuwkerk  (noviciado) eran  comunidades numerosas en las cuales se vivía según una agenda, o horario diario, que era de importancia vital. Las actividades de la congregación casi todas estaban centradas en las propias casas. Prácticamente no había  actividades fuera de la casa que significarían un “peligro” para el funcionar normal del programa diaria.

Cuando nos embarcamos fijamos para nuestro viaje también una especie de agenda diaria. Muy temprano en la mañana, antes que el salón fuera preparado para el desayuno, celebramos la santa misa en aquel lugar. En aquel tiempo era una costumbre muy normal entre los misioneros que iban en camino a su campo de misiones. La Pastoral Portuaria proporcionaba una maleta con accesorios para la misa a bordo de los barcos, en el caso que los misioneros mismos no la trajeran. Dentro de los cánones de la teología moral figuraron algunos capítulos dedicados a normas de proceder en cuanto a jurisdicción y autorizaciones necesarias mientras que ellos estuvieran a bordo. Cada día dos de nosotros celebraban la santa misa a la cual todos asistieron, de manera que a todos les tocó su turno a su debido tiempo. Durante el día cumplimos puntualmente con los demás ejercicios religiosos, para lo cual  nos retiramos a un salón del barco. También reservamos cada día en nuestra agenda un par de horas para estudiar español, ya que  nadie de nosotros estaba experto en esto.
Dado que el viaje marítimo era una experiencia tan nueva para cada uno de nosotros, no e de extrañar,  que la agenda diaria a veces sufrió algún naufragio.  De todas maneras tratamos de cumplir con ella correctamente.
En la barca todavía sumamos siete personas. Sin embargo, cuando llegamos a Chile nos dividimos en dos grupos: los de Yerbas Buenas y los de Taltal. Una vez llegados a Yerbas Buenas fijamos un horario diario,  tal como se practicaba en las casas de Holanda.  A las seis de mañana se tocaba la campanilla pera levantarse. Dentro del templo, en grupo, rezamos la oración de la mañana, a continuación siguió la meditación y a las siete se comenzó la celebración de la primera misa y a las ocho y media la segunda.
Antes de cada Misa se tocaba la campana del templo, y en cada misa había algunos asistentes. A continuación, durante el día,  practicamos los ejercicios de rúbrica. Después del almuerzo nos dirigimos al templo rezando el salmo del Miserere en  acción de gracias. Y cuando caía  la tarde nos dedicamos en grupo a la lectura espiritual. Puesto que en muchas parroquias chilenas existía la costumbre de rezar el rosario en la tarde en el templo, lo hacíamos  en conjunto con las personas presentes; después de algunos rezos complementarios dimos la bendición con el Santísimo. En Yerbas Buenas fue posible tal proceder sin entrar en conflicto con otras actividades pastorales. Fueron pocas las personas que llegaban a  la oficina parroquial y menos  en las horas de la tarde o noche.
En Yerbas Buenas solo disponíamos de luz eléctrica a partir del atardecer hasta la media noche. En la mañana no había corriente. Cuando en el invierno la luz del sol tardaba de  llegar, teníamos que hacer uso de velas.  Las encendimos al levantarnos y las llevamos hasta el templo y las pegamos con gotas de cera de la vela, encima del banco para tener luz para poder leer. Todo parecía al tiempo de los ermitaños, puesto que en todas partes, tanto dentro de la iglesia como afuera reinaba una oscuridad completa. 
Con la primera visitación  general en el año 1943 me encontré en Calbuco.  El Padre General insistió con énfasis en la observancia estricta de la agenda del día. Esta consistía en levantarse a un cuarto para las seis, seguido por ir al templo para la oración de la mañana, la meditación y la santa misa. Un poco  más tarde se celebraba  la  segunda misa. También en este lugar todo esto lo hacíamos con la luz mística de una vela encendida, especialmente durante los meses de invierno (que en el Sur eran más largas que en Yerbas Buenas). Antes de todas las comidas y ejercicios se debía tocar la campanilla igual como en las comunidades numerosas. Aquel que le tocó  visitar una capilla y debía quedarse una o más noches, tenía que llevarse un despertador para levantarse en la maña a la hora determinada a fin de llevar adelante los ejercicios espirituales. Y todo esto mientras que el padre debía esperar antes de comenzar con la misa hasta que llegaran los feligreses, alrededor de las diez y media de la mañana. Nunca la misa terminaba antes de las doce horas.  A veces se demoraba hasta la una de la tarde, cuando en aquel tiempo no estaba permitido ni siquiera tomar agua antes de celebrar la misa…
La  experiencia de 40 años nos enseñó,  que una agenda detallada que determina horas y lugares, donde se deben estar corporalmente juntos para practicar determinadas ejercicios espirituales, en realidad, difícilmente se puede llevar a cabo, si uno vive y trabaja dentro de un grupo pequeño. Lo tratamos de hacerlo, lo intentamos de nuevo después de un periodo de relajación, lo adaptamos a las condiciones de vivienda y de trabajo, pero siempre fracasaba, tanto cuando los nuevos intentos partieran del grupo mismo, como cuando fueron estimulados desde la superioridad. No fue producto de indiferencia frente a la vida comunitaria, sino una exigencia del trabajo apostólico. 
La vida religiosa interior y personal siempre y en todas partes es posible y necesario,   pero es imposible, dentro del apostolado, mantener una vida comunitaria tipo monástico de todos los días. El trabajo pastoral, que obviamente se lleva a cabo fuera de la casa y una vida religiosa  que supone un estar juntos físicamente, con preferencia dentro de la casa, resultan incompatibles. El hecho de que seriamente se han hecho esfuerzos en este terreno, y que, por otra parte, se ha trabajado y están trabajando fuertemente con mucha perseverancia en la pastoral, es una señal de la presencia de un fondo de vida religiosa profunda. Si se han perdido algunas de estas prácticas, queda en pie la  reafirmación de que servir a Dios y al hermano están en la misma línea. 

El religioso que es enviado como misionero hasta lugares lejanos y aislados, tal  como es el caso de nosotros en Chile, se supone y se suponía que él, en cierto sentido, es autónomo y  asuma su propia responsabilidad.  Tanto los obispos como la Congregación lo suponen. Los misioneros  no solo fueron enviados como personal para desempeñar tareas apostólicas. Son considerados como personas que por motivos religiosos asumen responsabilidades para el pueblo del Señor. Se espera, y con razón, que no serán mercenarios sino “Buenos Pastores”.    

       (Trad. Gaspar)