jueves, abril 05, 2007

BENDICIÓN DE LOS OLEOS











Pablo VI ha querido hacer de la Misa crismal una fiesta del sacerdocio: sacerdocio de Cristo, que ofrece su sacrificio sobre el ara de la cruz e instituye su memorial en la última Cena; sacerdocio de los ministros a quienes Él llamó para continuar su obra, los obispos y presbíteros, a los que confió la misión de anunciar el Evangelio, conducir al pueblo y celebrar los sacramentos, con el poder exclusivo de celebrar su sacrificio y perdonar los pecados en su nombre‑; sacerdocio, en fin, del pueblo cristiano encargado también de dar a conocer a Jesucristo, de ser «en el mundo un fermento de santidad» y de «instaurar el Reino de Dios en el cumplimiento de sus trabajos temporales»

Todos los sacramentos tienen conexión con pascua; son sacramentos pascuales. Debemos recordarlo cuando asistimos a un bautismo, confirmación u ordenación y se usa el santo crisma; y también cuando se unge a alguien con el oleo de los enfermos.

El tema principal de la misa crismal es el sacerdocio. Al entregar el misterio de la eucaristía a la Iglesia, Cristo instituyó también el sacerdocio. Los textos de la misa presentan un conjunto catequético no solamente acerca del sacerdocio ministerial, sino también relativo al sacerdocio general de los fieles. En la antífona de entrada, la asamblea aclama: "Jesucristo nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre". La expresión se repite en la segunda lectura, y de ella se hace eco también el prefacio.

Todo sacerdocio es una participación del sacerdocio único de Cristo. El es nuestro mediador y sumo sacerdote, y su unción viene del Espíritu Santo. Así se desprende de la lectura de Isaías (61,1-3.6.8-9) y del evangelio de Lucas (4,16-21), donde el Señor cita y se aplica a si mismo los textos proféticos: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido".

RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS SACERDOTALES

Acabada la homilía, el obispo dialoga con los presbíteros para que renueven sus promesas hechas un día delante de el y delante el pueblo.

BENDICIÓN DEL ÓLEO DE LOS ENFERMOS

Antes de que el obispo diga: «Por él sigues creando todos los bienes ... », en la plegaria eucarística, o antes de la doxología «Por Cristo, con él y en él», en las otras plegarias eucarísticas, el que llevó la vasija del óleo de los enfermos, la lleva cerca del altar y la sostiene delante del obispo, mientras bendice el óleo de los enfermos, diciendo esta oración:

Señor Dios, Padre de todo consuelo, que has querido sanar las dolencias de los enfermos por medio de tu Hijo: escucha con amor la oración de nuestra fe y derrama desde el cielo tu Espíritu Santo Paráclito sobre este óleo. Tú que has hecho que el leño verde del olivo produzca aceite abundante para vigor de nuestro cuerpo enriquece con tu bendición + este óleo para que cuan­tos sean ungidos con él sientan en su cuerpo y alma tu divina protección y experimenten alivio en sus enferme­dades y dolores. Que por tu acción, Señor, este aceite sea para nosotros óleo santo, en nombre de Jesucristo nuestro Señor, (Que vive y reina por los siglos de los siglos.

BENDICIÓN DEL ÓLEO DE LOS CATECÚMENOS

Dicha la oración después de la comunión los ministros colo­can las vasijas con los óleos que se han de bendecir sobre una mesa que se ha dispuesto oportunamente en medio del presbiterio. El obispo, teniendo a ambos lados suyos a los presbíteros concelebrantes, que forman un semicírculo, y a los otros ministros detrás de él, procede a la bendición del óleo de los catecúmenos y a la consagración del crisma.

CONSAGRACIÓN DEL CRISMA

Seguidamente el obispo derrama los aromas sobre el óleo y hace el crisma en silencio, a no ser que ya estuviese pre­parado de antemano. Una vez hecho esto, dice la siguiente invitación a orar:

Hermanos: pidamos a Dios Padre todopoderoso que se digne bendecir y santificar este ungüento para que aquellos, cuyos cuerpos van a ser ungidos con él, sientan interiormente la unción de la bondad divina y sean dignos de los frutos de la redención.

Entonces el obispo, oportunamente, sopla sobre la boca de la vasija del crisma, y con las manos extendidas dice una de las siguientes oraciones de consagración:

Señor, autor de todo crecimiento y de todo progreso espiritual: recibe complacido la acción de gracias que gozosamente, por nuestro medio, te dirige la Iglesia. Al principio del mundo, tú mandaste que de la tierra brotasen árboles que dieran fruto, y entre ellos, el olivo que ahora nos suministra el aceite con el que hemos preparado el santo crisma.
Ya David, en los tiempos antiguos, previendo con espí­ritu profético los sacramentos que tu amor instituiría en favor de los hombres, nos invitaba a ungir nuestros rostros con óleo en señal de alegría.

También, cuando en los días del diluvio las aguas puri­ficaron de pecado la tierra, una paloma, signo de la gracia futura, anunció con un ramo de olivo la restau­ración de la paz entre los hombres.

Y en los últimos tiempos, el símbolo de la unción alcan­zó su plenitud: después que el agua bautismal lava los pecados, el óleo santo consagra nuestros cuerpos y da paz y alegría a
nuestros rostros.
Por eso, Señor, tú mandaste a tu siervo Moisés que, tras purificar en el agua a su hermano Aarón, lo consa­grase sacerdote con la unción de este óleo.

Todavía alcanzó la unción mayor grandeza cuando tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, después de ser bautizado por Juan en el Jordán, recibió el Espíritu Santo en forma de paloma y se oyó tu voz declarando que él era tu Hijo, el Alnado, en quien te complacías plenamente.
De este modo se hizo manifiesto que David ya hablaba de Cristo cuando dijo: «El Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros».

Todos los concelebrantes, en silencio, extienden la mano derecha hacia el crisma, y la mantienen así hasta el final de la oración.

A la vista de tantas maravillas, te pedimos, Señor, que te dignes santificar con tu bendición + este óleo y que, con la cooperación de Cristo, tu Hijo, de cuyo nombre le viene a este óleo el nombre de crisma, infundas en él la fuerza del Espíritu Santo con la que ungiste a sacerdotes, reyes, profetas y mártires y hagas que este crisma sea sacramento de la plenitud de la vida cristiana para todos los que van a ser renovados por el baño espiritual del bautismo.
Haz que los consagrados por esta unción, libres del pecado en que nacieron, y convertidos en templo de tu divina presencia, exhalen el perfume de una vida santa; que, fíeles al sentido de la unción, vivan según su con­dición de reyes, sacerdotes y profetas y que este óleo sea para
cuantos renazcan del agua y del Espíritu Santo, crisma de salvación, les haga partícipes de la vida eterna y herederos de la gloria celestial. Por Jesucristo...
Amén.

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