LA PRINCESA AZOTEA
Sucedió
hace muchísimos años, bien es cierto que no en la época que los animales aún
podían hablar, pero eso sí, antes que naciera mi abuela. Más o menos en
aquellos años vivía el Rey Boruba. ¿Oíste alguna vez este nombre de Rey Boruba?
¿No? Entonces antes que sea tarde debe ser escrita esta historia. Pues el
tiempo actual es un tiempo de riesgo para los escritores de cuentos de hadas.
Fácilmente puede ser atropellado por un tranvía o un auto que pasa muy de
prisa. Este hecho podría quitar para siempre a la humanidad, la posibilidad de
escuchar alguna vez algo sobre el Rey Boruba. ¿Pero es cierto que jamás oíste
algo de Rey Boruba? ¡Qué extraño! ¿Qué significa la fama en este mundo?... Si
hubieras preguntado en el tiempo del Rey Boruba: “Pues: ¿quién es este Rey
Boruba?” Inmediatamente todos los niños de la calle se habrían burlado de ti.
La gente habría dudado si estuvieras bien de cabeza, siempre si existiese aún
tal oportunidad, puesto que, en aquel tiempo, entre las policías existía la
costumbre de cortar la cabeza a cualquiera persona que ignoraba la existencia
del Rey Boruba. Esto ahorraba problemas judiciales y le quitaba las ganas de
expresar sus opiniones a todos escépticos aún existentes. A nadie estaba
permitido dudar del Rey Boruba. Si él estimaba que la azalea fuera la flor más
bonita, la azalea ERA la flor más bonita. Si él estimaba que las campanas del
campanario del templo de San Martín dieron mejor sonido que las campanas de la
basílica de San Juan, entonces las campanas de San Martín ERAN definitivamente
de mejor sonido. Alguien que apreciaba un clavel por encima de una azalea, o
que prefería el sonido del carillón más que una campana de San Martín, a él le
cortaban la cabeza. Y, para decir la verdad, cada uno de nosotros valora su
propia cabeza. De la misma manera pensaba la gente en aquellos tiempos remotos;
todos se quedaron callados y decían que el rey era un hombre de principios
fijos. Supongo que sabes lo que son principios fijos. A veces en una
conversación aparecen de repente los principios fijos y esto no es grato.
“Perdóneme, Señor, dice entonces alguien que habitualmente es una persona muy amable: “usted acomete mis principios”. Y cada uno de los presentes pone su
vaso en la mesa y mira serio hacia adelante con una cara seria.
Ahora bien, los
principios del Rey Boruba no eran más que 3 y si hayas escuchado cuáles son, dirás para ti mismo: “No
te puedo creer, ¿Son estos y no otros los principios del Rey Boruba?
El
primero consistía en el juego de mesa: Juanito-¿dónde-estás? que se jugaba
exactamente a las 4 de la tarde. Era de la mayor importancia que se mantenía este
juego a la hora exacta y que se observaba todos los requisitos: las fichas, la
cajita de terciopelo en la cual debían ser guardadas, (No correspondía la
cajita satinado para esto) las nueces de pimiento, el ministro del interior ubicado
en un rincón de la pieza con los ojos vendados y todo lo que nos parece
divertido en alto grado, pero que en aquel entonces fue un principio, un
verdadero principio. Aquel que jugaba mal el juego era sospechoso, y aquel que
no conocía el juego, tuvo que abandonar el país.
El
segundo principio fue el paseo diario en coche a las 5 de la tarde. Sólo
demoraba un cuarto de hora: pasando por la avenida de las encinas, alrededor de
la pileta de peces y en seguida el regreso. Muy largo no era, pero era un
principio. El pueblo colocado en veinte
filas estaba a la espera y cuando pasaba el coche, todos levantaban el sombrero
en alto y gritaban al mismo momento “Viva”. El Rey, apoyándose de espaldas
sobre un cojín armiñado gozaba visiblemente y, por eso, pensaba que otros también
disfrutaran de eso. Pero la princesa, su hija, lo odiaba. Estaba sentada a su
derecha en el coche, colorada de vergüenza y contaba con los dedos los minutos,
uno, dos, tres hasta quince. Hasta que terminaba todo.
Sobre
la princesa debes saber algo más. Se llamaba Azotea. Es una lástima. A mí me
habría gustado que su nombre fuera Beatriz o Anita o Evangelina u otro nombre
que al contador de cuentos le gusta escribir, pero no hay remedio.
Es
que el Rey, siempre quiso tener un sucesor hombre, cuando supo que había nacido
una hija en vez de un hijo, subió a la azotea del palacio muy enojado y se
quedó allí, gritando y dando patadas en el suelo, hasta que se le pasara su
rabia. Y a partir de este momento llamaron a la princesa: Azotea.
Ella
no tenía una vida feliz; su madre murió cuando ella cumplió 3 años y puesto que
no tenía ningún hermano, para las comidas tenía que sentarse cada día sola con
su padre a la mesa dentro de una sala grande y fría. No era nada agradable. El
Rey, a causa de una dolencia estomacal sólo debía comer cazuela de porotos y de
este modo toda la corte real comía durante todos los días del año solamente
cazuela de porotos. Este era el tercer principio. En la noche de año nuevo,
cuando todo el mundo con caras alegres disfrutaba de las empanadas, los
cortesanos revolvían suspirando su plato de sopa de porotos número 365 y con
los ojos cerrados metieron la cuchara en la boca. Pues sopa de porotos sería
buena para el estómago. Para decir la verdad, no siempre esta norma se cumplía
a la letra; cada uno escondía en su manga de camisa una salchicha o un pancito
caliente, y cuando el maestro de ceremonias no miraba, se sirvieron rápidamente
un bocadillo. No era mucho, pero al no estar permitido, era divertido
doblemente. Pero la pobre princesa, sentada frente a su padre y cada vez que
elevaba sus ojos tímidamente a su padre, su mirada se fijó en el rostro
desconfiado del rey Boruba, que solía decir: “¿Hasta cuándo esperas a tomar
bocado”? Entonces muy obediente tomaba su bocado.
Ahora,
no sabemos si fuera a causa de la sopa de porotos o por ser ella una princesa
de sangre azul, sin embargo, cada día se hizo más hermosa. Cada vez cuando
salió a su paseo en coche (por la avenida de los encinos, alrededor de la
pileta hasta retornar) la gente decía: “ !No, ya no podrá llegar a ser aún más
hermosa, realmente estar más hermosa es imposible!” Y, sin embargo, el día
siguiente se hizo aún mas bella: otro poco más roja la boca, otro poco más
brillante su pelo, otro poco más brillantes sus ojos, algo más delicada aún su tierna
figura.
Pero
las madres, que estaban al lado del camino, susurraban: “Tan triste que mira.
Jamás se ve una sonrisa en aquella boca tan graciosa. ¿Qué será lo que está
pasando en este pequeño corazón?” Pero
los papás murmuraban: “Es la sopa de porotos que tiene la culpa, mujer, no hay
que buscar razones más profundas. Es nada más que la sopa de porotos. Ninguna
persona a lo largo soporta esto: tres platos día cada. También los cortesanos
hablaban de esto. Pero el rey no notó nada; comía su sopa de porotos, jugaba el
juego Juan- dónde-estás, hacía su paseo en coche y estaba feliz.
Ahora
ya sabes bastante del rey y de la princesa para evaluar correctamente los
acontecimientos por venir. He esperado largo tiempo; ahora no debo dejarte
curioso, aunque me gustaría quedarme callado, ya que es terrible, terrible lo
que tengo que contarte.
Un
día ¡atención!, en que el rey salió de paseo con el coche, la princesa se veía
tan hermosa, tal como estaba sentado ruborizada y con los ojos bajados, sucedió
que un mozo de carnicero vecino ya no pudo controlarse, trepó el estribo del
coche y la dio un beso sonoro. El susto fue grande. El juez presente dictó
sentencia: debía ser decapitado y transformado en salchichas en el negocio de su
empleo anterior y ofrecido en venta. Pero quien es capaz de describir la
consternación, cuando el día siguiente, un comerciante de comestibles,
realmente un hombre de quién nadie esperaba tal cosa, saltó al coche por detrás
y dio un beso ruidoso a la princesa en el cuello. El rey se volvió totalmente
aturdido: a las policías les ordenó, para el día siguiente, formar una guardia
doble, lo que hicieron. Pero un integrante joven de la policía no logró controlarse
y sin quitarse el casco le dio un beso a la princesa. “! Qué vergüenza”, grito
el rey y “¡Qué vergüenza!” gritó también el maestro de ceremonias que se
encontró al fondo del coche. Estaba por 67 años en servicio del rey, pero algo
parecido, dijo, jamás había visto. Pero, cuando dejó abierta la portezuela del
coche para que saliera la princesa, se olvidó de sus 67 años de servicio, de
sus tres condecoraciones colgadas sobre su chaqueta y la medalla de honor, que
guardaba en un cajón de su casa, y le dio repentinamente un beso.
Si,
¡Tales cosas sucedieron en aquel tiempo!
¡A veces se oye decir, que vivimos en un siglo extraño, pero cosas de
este tipo sucedieron en aquel tiempo!
El
rey inmediatamente convocó a todos los ministros, pues, como dijo: esto no era
algo para la broma. Bueno, esto no hicieron los ministros; se quedaron
discutiéndolo toda una tarde del miércoles y finalmente el ministro de finanzas
propuso suprimir el paseo en coche. Además, con esto se ahorraba dinero. Pero
el Ministro de educación lo lamentaba, ya que la naturaleza de Dios era tan
instructiva para la gente joven. “¿Y qué es lo que piensa usted?” preguntó el rey
al Ministro del Interior. “Señor, dijo este, ella debe casarse”. “Qué es lo que
oigo ahora?, dijo el rey. ¿Casarse? ¿No es suficiente para ella, cada día el
paseo en coche y el juego de ¿Juan-dónde-estás? ¿Que más le falta? ¿Es que tengo
más yo?” “No niego, dijo respetuosamente el ministro, que su posición sea muy
privilegiada. Al contrario, Señor, Al contrario. Pero la niña ya alcanza la
edad de 25 años y es muy hermosa. Esto se confirma de una manera demasiado
deplorable. Qué es más de acuerdo con la naturaleza el hecho de que se casa.
Está en la línea de la evolución. Una vez casada, ya no saltará ningún chico
carnicero al estribo del coche, los paseos en coche continuarán y la
posibilidad de un sucesor en el trono, también le menciono a su ilustre
alteza.”.
“Hm.”
dijo el rey, lo pensaré”
También
la princesa Azotea en su cama pensaba de lo mismo. Un carnicero, un almacenero,
un policía y un maestro de ceremonia la habían dado un beso. Será verdad que
fuera hermosa. Abandonó la cama, y miró al espejo. ¡Cielos! ¿Era ella esta? Que
lindo pelo castaño. Qué ojos grandes y oscuros. Y de repente, por primera vez
en su vida, la princesa comenzó a
llorar; era como si todo el dolor acumulado se hiciera demasiado grande para
este corazón pequeño y ella estalló en sollozos descontrolados e impetuosos. No
podía decir el porqué, y esto fue lo más grave.
“Hola,”
llamó el rey, mirando estupefacto por la puerta ¿Qué significa esto? Espero que
no sean caprichos. ¿Qué es lo que significa todo esto?” “No lo sé, papá” dijo
la princesa sollozando. “Realmente no lo sé” y otra vez estalló en sollozos. “No
lo sé, no lo sé, respondió el rey disgustado. Para todo hay un motivo. ¿Fue
demasiado caliente la sopa de porotos? ¿No te gustó el paseo en coche?, ¿Perdiste
en el juego? “No, Papá”, dijo la niña.
“Bien,
entonces, dijo el rey, todo anda bien. Acuéstate y no quiero oírte más. Qué
bulla todo esto. ¡Es una vergüenza!”
El
rey Boruba cerró la puerta con fuerza, pero andando por el corredor de repente
se acordó de las palabras del ministro. Por lo tanto, regresó y metió otra vez
la cabeza por la puerta. “Escucha”, llamó, ¡verdad! ¡Vas a casarte!” La princesa
levantó la cabeza llena de lagrimas: Fue un sentimiento inexplicable que le
atravesó la mente. “¿Yo, papa”? “Si, tú”.
Ahora tienes 25 años y, bueno, está en la línea de la evolución. Ningún carnicero
saltará al estribo del coche, los paseos continuarán y la posibilidad de un
sucesor al trono también se me han mencionado”. “Yo quiero sí”, dijo
ruborizando la princesa, siempre que sea un hombre amable.” ”Esto decido yo,
dijo el rey. Yo lo escogeré”.
Y
esto hizo el rey. Mandó cartas a otros reyes, si querían enviar a sus hijos
mayores, puesto que la princesa iba a casarse y era conveniente un extenso
campo de elección, esto agregaba con mucha sinceridad a la carta. Eran
exactamente 20 cartas y fíjese, el domingo las envió por correo y el día lunes
siguiente había 20 príncipes sentados en la sala de espera mirándose desconfiados
el uno al otro, tan hermosa era la princesa. El rey primero les dejó esperar
una hora; a continuación, tomó asiento en el trono y llamó “Adelante”.
Y
llegó el primer príncipe; se cuadró y temblando esperó las preguntas que el rey
le iba a hacer. “Así, dijo el Rey con amabilidad, siéntese. ¿Le gusta el guiso de
porotos?” “No”, dijo el príncipe sin demorar. “Entonces puede salir
usted”,
respondió el rey. Personas que no les gusta el guiso de porotos, yo las
encuentro ridículas”. También el segundo príncipe no le gustaba la sopa de
porotos. Y el tercero dijo que le caía comerla. El cuarto ni soportaba verla.
El quinto, era un príncipe muy simpático. Sus ojos se parecían pequeñas bolitas
japonesas de vidrio que se pueden comprar en los quioscos escolares en 3 pesos
cada uno y 4 por 10 pesos, igual de color café y brillantes, llenos de
estrellitas. Por debajo de su sombrero salían a la vista cientos de pelos
rizados. SI, en verdad, este era un príncipe gracioso. Y también era
respetuoso. Se inclinó como si su cintura fuera de goma elástica y al mismo
tiempo miraba a la princesa con una expresión de enamorado, de manera que ella
quedó encantada. “¿A usted le gusta la sopa de porotos? Preguntó el rey. “Me
encanta” majestad, respondió el príncipe, no hay nada que más me gusta”. “Oh
papá, susurraba la princesa, tomemos a él”
“Espérate,
dijo el rey, tiene buen gusto, pero ¿cómo será su cultura general?” “Sabe usted
del juego que se llama ¿Juan,-dónde-estás?” El príncipe miraba fijamente el
cielo. “No, dijo finalmente, no lo sé”.
“¡El
siguiente!” llamó el rey. Pero el siguiente no lo sabía tampoco, y él que vino después
tampoco.
“¡Qué
extraño!” dijo el rey “¡Qué cosa curiosa! A primera vista todos parecen inteligentes
y graciosos, pero al entrar a un nivel más profundo, se revela lo que valen. Qué
lástima, Qué lástima... ¿Cuántos quedan?” “Trece, Señor”, dijo el chambelán.
“Que entren todos a la vez”, ordenó el rey, “no podré atender a tales cabezas
huecas uno por uno”. Allí estuvieron de pie los 13 juntos, tan erguidos como
unas velas. “¿Les gusta la sopa de porotos?” gritó el rey.
“No,
Señor,” “Dense media vuelta”, ordenó el maestro de ceremonias. Y desaparecieron…
“Ahora,
mi querido papá, preguntó la princesa en la noche cuando estaban a la mesa
¿Dónde está el hombre que encontraste para mí? Deje que entre, me gustaría tanto verlo. Me
gustaría tanto… y enseguida empezó a llorar.
“Niña
estúpida, dijo el rey, ¿para qué lloras? Yo lo encontraré. No puedo hacer nada
con estas cabezas huecas, que estuvieron aquí esta tarde. Su gusto fue torpe y anormal y su cultura general, por
Dios! Las cosas más sencillas que todo el mundo debe saber, no podían
contestar. ¡Pero ten paciencia! ¡Todo llegará a un buen final! Pero no llegó el
buen final. Todos
los príncipes que vinieron, fueron mandados fuera. A uno no le gustaba la sopa
de porotos, el otro no sabía jugar el juego, Juan-dónde-estás. Un tercero no le
gustaba hacer un paseo en coche en la tarde. Y la princesa que tanto quiso
casarse, no se casó. Se volvió mas callada, que antes y en cierto día estaba
muerta. Si, muerta. El rey estaba muy asombrado. No podía comprender, que una
persona que recibía todos los días un plato de sopa de porotos, y jugaba el
juego de Juan-dónde-estás, podía morir. Pero sin ninguna duda la princesa
estaba muerta y andaba aturdido tras del féretro hacia el cementerio. Las
campanas tocaron tristemente, cuando la princesa bajó con 4 sogas a su tumba,
donde todavía descansa. Y cuando el rey dentro de un año también murió (pues
también los reyes mueren), no había un sucesor al trono.
El
reino decayó, el palacio se desplomó y no quedó nada en pie. Y en el lugar,
donde estaba, ahora existe una llanura de arena, donde los niños hacen tortillas
de arena los días domingo y, de vez en cuando, encuentran un plato sopero.
Nadie sabe de donde vienen y casi todos los días aparece un libro sobre esto de
un nuevo profesor. Pero nadie lo pregunta al escritor de cuentos. A él no lo
toman en cuenta.
(Godfried Bomans, “Prinses Stoepje”)
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